Dataísmo: la economía que adora los datos pero que no los utiliza bien

Dataísmo: la economía que adora los datos pero que no los utiliza bien
De las diez comunidades más grandes del planeta, solamente dos son países, el resto son plataformas como WhatsApp o YouTube.

Conforme a datos de Analysys Manson, el tráfico de datos se va a multiplicar por tres hasta el 2026. Todos los productos y sistemas de transporte, incluso la ropa, van a estar conectados a internet y emitirán información.

Las mayores empresas del mundo por capitalización bursátil son tecnológicas y obtienen masivamente datos de sus usuarios que, en ocasiones, los proporcionan de manera inconsciente. Es cierto que todas estas compañías piden formalmente permiso a los usuarios para acceder a sus datos. Pero, prestamos el consentimiento casi de manera automática para no quedar aislados tecnológicamente del mundo.

Se tarda unos 40 minutos de promedio en leer los “términos y condiciones de uso” que se nos exigen cuando damos de alta un aparato o nos inscribimos en una red social, sin embargo, y también de promedio, los usuarios prestamos nuestro consentimiento en tan solo ocho segundos.

El año pasado se calculó que había 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet en el llamado IoT (Internet de las Cosas, por sus siglas en inglés). De modo que a las fuentes habituales de captación de datos deberemos añadir la aportación de los procesadores, los sensores y el tratamiento masivo de esos datos.

Y conviene también tener en cuenta que esas máquinas, además de captar datos, pueden tratarlos, ordenarlos e incluso llegar más allá de lo que normalmente podemos hacer los humanos con nuestras limitadas capacidades

Mucha de la información que queda en manos de estas empresas son datos personales que incluyen los relativos a la salud, el ocio y el ideario político o religioso del presente, del pasado e incluso del futuro. Eso incluye también, para nuestra desgracia, los datos borrados y enviados a la papelera o cortes de voz, o incluso imágenes familiares íntimas, por no hablar de los datos de geolocalización.

De las diez comunidades más grandes del planeta, solamente dos son países, el resto son plataformas como WhatsApp o YouTube. Así, al final, algunas de esas plataformas, que ya son más poderosas que los gobiernos de algunas de las grandes naciones del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos.

La cuarta revolución industrial

Este fenómeno revolucionario tiene implicaciones profundas y radicales en muchos órdenes y espacios sociales como la economía, política o la cultura, entre otros. Además, se está produciendo con una aceleración temporal, una extensión espacial y una profundidad de consecuencias tales que dificulta enormemente que la sociedad asimile los cambios.

Y, lo que es más importante, produce la imposibilidad de ofrecer respuestas éticas, legales y sociales adecuadas a los ritmos y alcances del proceso de transformación. Pero, hay pocas dudas en que nunca en la historia reciente la transformación digital ha estado tan presente en la agenda pública o privada. Y jamás ha habido tanto consenso ni tantos recursos para ello.

Las tecnologías de la información son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupante que un uso indebido de los grandes conjuntos de datos personales recolectados gracias a ellas pueda lesionar la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano. En ocasiones, los usuarios tenemos la sensación de que hemos perdido el control de nuestros datos. Y es importante retomarlo.

En este artículo de IDEAS LLYC proponemos para ello que el sector público —con la ley— y las empresas — con auto regulaciones y códigos deontológicos—, actúen poniendo límite a la explotación abusiva de las malas tecnologías de la información. El ser humano ha de ser capaz de disfrutar de los beneficios de estas tecnologías, pero al mismo tiempo debe articular instrumentos que le permitan evolucionar en su uso y desarrollo.

La cuarta generación de derechos humanos

No son pocos los colegas de nuestro entorno que hablan de una cuarta generación de derechos humanos que nos permita poder desconectar, o que las máquinas nos olviden, e incluso que la red sea neutral.

Se necesita, una cuarta generación, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho a ser olvidados, el derecho a la identidad digital o la imparcialidad de la red constituyen sólo algunos aspectos de la dignidad humana que se han desarrollado con la irrupción tecnológica y a los que debemos volver nuestra mirada.

La mala tecnología

Que los datos de carácter personal sean plutonio no es, pues, algo nuevo. Lo que sí es nuevo es que la tecnología ha permitido generar sistemas que recolectan estos datos con una eficiencia y a una escala astronómica a nivel global. Y esos datos, en malas manos, puede provocar un asesinato, un ataque a una infraestructura crítica o llevar a la bancarrota a una empresa. Todo por un dato personal.

El plutonio es un material tóxico y radiactivo. El principal tipo de radiación que emite es la “radiación alfa”, que ingerida o inhalada puede causar cáncer de pulmón o envenenamiento mortal. El plutonio también se utiliza en la fabricación de armas nucleares. Por eso este elemento químico está sujeto a todo tipo de restricciones en su uso, transporte y almacenamiento.

Pero, al mismo tiempo, el plutonio se utiliza en marcapasos que evitan infartos de miocardio y en los combustibles de los reactores de las centrales nucleares que, por ejemplo, están salvando a Francia de la crisis energética que vivimos actualmente. Hay datos que son plutonio. Para bien y para mal. Por ello el debate no es prohibir su uso, sino regularlo.

La buena tecnología

Es evidente que la transformación digital ha traído muchas ventajas, algunas de las cuales son irrenunciables y casi todas irreversibles. Por tanto, la solución no es criminalizar los datos o la tecnología. La solución es humanizarla, como ya lo han hecho muchas empresas en todo el mundo

Aunque aún no vinculemos la IA con nuestra cotidianidad, todos los días usamos un asistente de voz en nuestro celular o en nuestra casa; Siri, de Apple, nos informa del tiempo; Alexa, de Amazon, pone la música que nos gusta cuando se lo pedimos; Facebook nos etiqueta y clasifica fotos a través del reconocimiento de imágenes y Google Maps nos da información optimizada y en tiempo real sobre los atascos.

La IA ha conseguido hacerse un hueco en nuestras vidas y su uso está mucho más extendido de lo que nosotros mismos creemos” Está presente en el lenguaje natural para la comunicación entre seres humanos y máquinas, que gracias a la Inteligencia Artificial mejoran con cada experiencia— o los asistentes para compras o para el aprendizaje de idiomas, y hasta la búsqueda de viviendas o en diagnósticos médicos. La lista se haría interminable si incluyéramos los videojuegos, los drones y los vehículos autónomos —que ya circulan como taxis en California—, donde la IA ha desembarcado con fuerza.

“No sobrevive ni el más grande ni el más fuerte, sino el que mejor se adapta”. En un universo en constante cambio y con crecientes disrupciones globales, esta sentencia de espíritu “darwiniano” nos lleva a seguir reflexionando sobre el poder transformador de los datos y su potencial para resolver los desafíos sociales y abrir camino hacia un futuro más sostenible.

Los datos y su explotación gracias a la tecnología han permitido grandes avances para el bien en incontables disciplinas. Por ejemplo, la incorporación de la supercomputación a la ciencia médica está permitiendo grandes avances en el desarrollo de nuevos tratamientos y fármacos. Tal es el caso de las enfermedades neurodegenerativas, que afectan al uno por ciento de la población mundial.

Al aplicar la gran capacidad y el rendimiento exponencial de la supercomputación a los miles de millones de datos desestructurados y en múltiples formatos que manejan las comunidades científica y médica se ha logrado acelerar hasta cien veces el tiempo de realización de las pruebas clínicas genéticas y genómicas relacionadas con el Alzhéimer. También en el ámbito de la medicina, un avance tecnológico muy extendido y con un impacto muy positivo en la labor del personal sanitario y en la calidad de vida del paciente es el de la digitalización de los historiales clínicos.

Tampoco puede olvidarse cómo las nuevas tecnologías de redes han mejorado el funcionamiento de los hospitales garantizando la conectividad de los centros hospitalarios, lo que ha permitido al personal médico acceder de forma segura a los resultados de las pruebas e historiales médicos, así como facilitado la comunicación de los pacientes con sus familiares.

Los derechos mentales

Escuchar cómo el historiador Yuval Noah Harari, afirmó que la inteligencia artificial podrá ser capaz de saber la orientación sexual antes que el propio adolescente simplemente por los datos acumulados de su navegación en internet o redes sociales nos pone en alerta.

Pero la posibilidad de que esa información tan personal sea utilizada al antojo de los intereses comerciales de quien la posea, sin importar las consecuencias que ello tenga en la integridad del joven en cuestión, exige que este tema sea una prioridad en las agendas públicas.

Los datos serán buenos o malos en función de lo que hagamos con ellos. Es algo que dejó escrito hace ochenta años Isaac Asimov en sus leyes de la robótica. Más de la mitad del tráfico de datos no se realiza entre humanos sino con máquinas (bots). Y, de estos, la mitad son robots dedicados al cibercrimen. Pero como no se ve, no se sabe que están ahí. Se necesita que en el mundo digital exista la misma transparencia que en el mundo real.

Las fake news son el síntoma que ha de servir para que empecemos a preocuparnos y ocuparnos. Estos bots difunden mentiras tan peligrosas como las campañas antivacunas o la negación de la masacre ucraniana, ya que los algoritmos viralizan lo que crea tráfico, aunque sea falso. Por ello, es el momento del humanismo, es el momento de la regulación, pero también del autocontrol, de una suerte de juramento hipocrático para los tecnólogos que trabajan en las empresas

En esta línea argumental, el profesor de ESADE, José María Lasalle, alertó de que los algoritmos que manejan datos abocan a que el hombre no sea del todo libre porque es conducido sutilmente en el ejercicio de su libertad. El ser humano no está controlando la transformación digital.

Del homo habilis que utiliza las manos y la inteligencia como instrumentos de afirmación de su identidad hemos pasado al homo digitalis, que tiene la pantalla como mediador de la realidad y proyección de una nueva identidad”, agregó.

Pero la principal diferencia entre ambos hombres es que el segundo no controla la realidad, ni sus datos, y corre el riesgo de ser manipulado sin darse cuenta. No obstante, este intelectual que en su paso por el Gobierno de España se empeñó en promover los nuevos derechos digitales, se define como tecno optimista.

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